“¡Mujer se está acabando el mundo! Dizque mataron a Trujillo!”, le dijo espantado y en en tono bajo mi abuelo a mi abuela en una encumbrada loma de San Cristóbal.
Ya la noticia se conocía, pero el temor que aún infundía el solo hecho de mencionar su nombre se mantenía en el país que por 31 años fue gobernado con mano de hierro por el sátrapa.