Friday, June 15, 2012

Víctima de un asalto en mi propia casa; por un momento sentí el frío de la muerte


Escrito por: WENDY CARRASCO MARTÍNEZ (w.carrasco@hoy.com.do.)
El pasado martes, a las 5:00 de la mañana, un desconocido rompió y levantó una de las barras de hierro de la parte frontal de mi residencia, sobrepasando los límites de violación a los derechos de la privacidad, la seguridad y hasta el derecho a la vida.

"El sin alma", como puedo definirlo, no solo se percató de que mi esposo, quien en muchas ocasiones tiene que realizar servicios de noche en un hospital, no estuviera en la casa, sino que luego de penetrar hasta ese punto, violó también otra franja: las ventanas de cristal. Nada lo detuvo hasta llegar justamente a la habitación donde duermo y debo descansar del afanoso día a día.
Mientras esto sucedía, yo dormía junto a mi pequeño Weslly, de 4 años, como ya es una costumbre cuando mi compañero no está.
Ahora imagino al ladrón, caminando por todos los espacios de la casa, buscando en cada lugar donde nada le pertenece. Violando con esa acción, la privacidad de mi familia, de mis recuerdos y de mi vida. Quebrantando el área donde se supone que era el único espacio reservado y confidencial en el cual puedo sentir un poco de paz y seguridad.
¡Gran sorpresa! A pesar de que tengo un sueño profundo, escuché un ruido muy cerca y la luz de mi habitación me despertó y vaya que sorpresa, al despertar un hombre, un total desconocido, estaba dentro de mí habitación, y que ya llevaba consigo objetos de gran valor personal para mí, así como de compromisos de trabajo y dinero.
¡Ahhh! Un grito de horror fue mi primera reacción ante tan inesperada presencia. Me levanté de la cama y casi frente a él, mirando a mi niño que dormía, ignorando lo que sucedía, le pedí con mucha autoridad al vándalo ¡Por favor, vete! ¡Vete, por favor!
El malvado, que ya había tomado todo lo que a él le interesaba, incluyendo dos celulares inteligentes y mi monedero conteniendo documentos personales de mis hijos y todos los míos, me amenazó con un arma para que me callara, la cual no pude identificar por los nervios.
Con el típico desespero y característica del que está robando y haciendo lo indebido, el despreciable, gracias a Dios, salió fuera de la habitación, y yo como quien está hipnotizado, le acompañé hasta la puerta y presencié el momento cuando éste se lanzó por la brecha que el mismo abrió para entrar.
¡Ahora puedes gritar! -Me dije a mi misma- mientras veía que él se alejaba corriendo.
Ustedes se preguntarán el por qué no describo al maldito ladrón, al violador, al criminal. Es porque ahora mismo, lo menos que quiero es recordar, quiero vivir y disfrutar al máximo de la compañía de mis seres queridos.
Quiero ser mejor compañera de trabajo, mejor hija, hermana y esposa, porque pasamos por esta vida y no sabemos cuándo nos vamos, ni quién podría en un segundo tronchar nuestro futuro.
Al escribir este relato que hago a manera de desahogo, he pensado tanto en la inseguridad en que vivimos actualmente en nuestro país, en las personas que como yo, se levantan todos los días a cumplir con una jornada de trabajo para obtener el sustento de los suyos y el propio, de una manera digna, sin sospechar que en cualquier momento podemos ser víctima de la delincuencia y la criminalidad que arropa lamentablemente esta hermosa nación.
Sólo puedo decir una vez más ¡Gracias Dios, gracias por la vida y por mi pequeño!

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